lunes, 30 de noviembre de 2009

Doña Teuteberga

Puedo presumir de ser joven, tanto, que mi educación transcurrió en tiempos post-constitucionales, para que nos entendamos. Sin embargo, si esta boca pecadora, o más bien, estos dedos pecadores se ponen a teclear las experiencias colegiales de la más tierna infancia, dará la impresión de que me crié en los peores tiempos de Federico Guillermo, el rey que dormía con el uniforme militar puesto.
Hay mucho que contar de aquellos tardíos ochenta y tempranos noventa. Hoy voy a dar fe de una de nuestras maestras en la educación primaria, llamémosla doña Teuteberga. He escogido ese seudónimo porque es proporcionalmente igual de espantoso que el nombre original y auténtico de la señora en cuestión.
Doña Teuteberga era una señora mayor, y no estoy seguro, pero si no era monja lo parecía. Cuando pasabas de párbulos y entrabas en primaria en seguida te llegaban rumores de ella, todos malos. Se la conocía por el nombre abreviado, Teute, y se comentaba en los pasillos que pegaba a los niños y que era extremadamente dura. Todos nos encomendábamos a algún tipo de creencia infantil para no caer en sus manos, porque si te tocaba como profesora estarías con ella los próximos tres años. Yo me salvé, pero otros no tuvieron la misma suerte.
Lo curioso es que la mujer era una caja de contradicciones. Por un lado extremadamente amable, como un abuela entrañable. Pero cuando salía el genio era temible. Era como el profesor Jekyll y Mr Hyde, pero con pinta de abadesa. Yo ví los toros desde la barrera, y alguna vez recuerdo a Teute poniendo a los niños de su clase en fila, por desobedientes, para seguidamente darles la comunión uno a uno, ahí, ¡plas! ¡plas! Que se note que somos prusianos.
Al otro día le escuchabas decir que sus niños eran los mejores del mundo y que los quería a todos y que era muy feliz pudiendo enseñarles. No es una consideración científica, pero creo que algunos niños que se aficionaron a Teute vieron resentirse su sexualidad masculina, no se, me pareció.
Fueron muchas experiencias con Teute en aquel colegio, tantos años confinado. Pero tengo una que debo contar urgentemente o me costará la vida callarme. Fue un día en que mi maestra falló en venir y nos juntaron a todos en clase de Teute.
Uno de mi clase se llamaba (y llama todavía, espero), pongamos que Müller, y el sobredicho Müller hizo un día, inocentemente, un chiste con el nombre de la Teuteberga. No me pregunten cómo, porque no lo sé, pero el chiste llegó a oídos de la abadesa (seguramente algún traidor se iría de la lengua, porque la Teute tenía en torno suyo toda un séquito de niños pelota jodiendo a todas horas a los que eramos de espíritu libre). El caso es que el día en que nos juntaron a todos, a la Teuteberga le entró de pronto un acceso de amor incontenible, y empezó a decirnos como poseída por alguna sustancia alucinógena: "Yo os amo a todos, os quiero porque para mí sois mis hijos, sois lo más hermoso del mundo" y como estos otros desvaríos. Pero de pronto reparó en Müller, que callaba algo inquieto, ya que sospechaba que su inocente comentarío podía traerle problemas. Y no se equivocaba.
El rostro de la Teute se transformó de pronto, se contrajo y su expresión se endureció, clavando su mirada represora sobre Müller mientras clamaba: "Menos a ese niño, a ese no le quiero porque me ha insultado; tú te has portado muy mal conmigo y a tí no te quiero porque eres malo" y cosas así que hacían pensar que la mujer estaba senil. Todos nos estremecimos ante la dureza de las declaraciones. Es muy fuerte decirle a un niño esas cosas por un chiste, y no seamos injustos, el nombre lo venía requiriendo mucho tiempo atrás y era sólo cuestión de tiempo que alguien lo hiciera.
Yo lo pasé mal, pero no quiero ponerme en la situación de Müller, fusilado con palabras en medio de cincuenta críos. Algún tiempo después un rumor decía que la Teute tenía un cuadro de Federico Guillermo en la pared de su habitación. No sé si creerlo, pero pegarle le pegaba. Ese maternalismo casi fanático y esas reacciones propias de un desequilibrado la convertían en una mujer difícil de tratar: nunca sabías si hablabas con Jekyll o con Mr Hide.
No me puedo quitar de la cabeza su habla veloz con un timbre de voz algo masculino y seco. En resumen, una profesora del antiguo régimen en el nuevo. Es posible que alguien crea que todo esto es producto de mi imaginación, como la crisis económica para Zapatero, pero si algún prusiano de mi quinta pasa por aquí, le ruego confirme mi versión de los hechos. Todavía quedan unos cuantos vivos de los que estabamos en aquella clase el día del linchamiento verbal de Müller. Les invito a que hablen ahora o callen para siempre.

1 comentario:

  1. Yo puedo dar fe de esto. Yo era uno de aquellos niños en la fila que recibieron la comunión al estilo prusiano: en la mejilla y con la mano abierta. Que tiempos aquellos. Esa mujer daba miedo...

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