martes, 1 de diciembre de 2009

Basilisco

El Basilisco para los prusianos y otras naciones es un animal mitológico originario de la antigua Grecia, muy temido por su facultad de convertir en piedra con la mirada. Con el paso del tiempo, la palabra Basilisco pasó a tener otras connotaciones, no me pregunten cómo evolucionó, pero el caso es que hoy en día invoca la mala gaita: Te has puesto hecho un basilisco, podría decirle Pepa a Pepe cuando Pepe descubre que Pepina su hija es hija de Pepino, y no de él.
Pero a lo que vamos. Cuando yo entré en la escuela de primaria, el director del centro era un señor cuyo nombre es la palabra emperador en griego, y que se asemeja mucho a Basilisco. Todos los que le conocieron coinciden conmigo en que le pega más Basilisco, por lo del cabreo. Se puede decir, y no tengo miedo a equivocarme, que Basilisco nos tenía a todos acojonados.
Se escuchaban leyendas, historias entre pasillos que se susurraban con temor, no fuesen a descubrirte. En ellas se decía que un niño se portó mal en una clase de Basilisco y de los tirones que le dio en la oreja se la arrancó un poco (sólo un poco). No puedo corroborarlo, porque no fui testigo visual de los hechos narrados, pero conociendo al sujeto no me extrañaría.
Un vez un amigo mío se asomó por la ventana para observar las huertas que había detrás de la escuela (estamos hablando de una época donde el mundo rural y urbano se entremezclaban, como en el medievo). El caso es que mi amigo, digamos Gerald, vio a un viejo en la huerta, y no tuvo mejor idea que llamarle "Viejo, cabrón" a grandes voces. El viejo que le oyó clamaba venganza, y fue a dirección a buscar al director, que como habéis adivinado era Basilisco. Con mucha flema, muy serio y tranquilo, Basilisco y el viejo vinieron a clase y preguntaron quién había sido el autor de la ofensa. Mi amigo se entregó a la primera. Era mejor eso que forzar una pesquisa y recibir luego el doble, cuando yo o cualquier otro, ante las torturas, cantase. Se lo llevaron y puedo asegurar que mi amigo nunca fue el mismo. Volvió manso y nunca quiso contar lo que había ocurrido. Ese era el poder de Basilisco.
Un día fuimos de excursión, a algún lugar de la costa de Pomerania, y entre los excursionistas había un niño, Ludwig, que era el más conflictivo que he visto en mi vida. Una verdadera pieza de museo. En un momento, después del almuerzo, y por alguna razón que desconozco, Ludwig le dio un puñetazo a una chavala y le hizo sangrar de la nariz. Pero el autor de tan abyecto crimen no se iba a ir de rositas, porque Basilisco era uno de los profesores encargados de cuidarnos. En cuanto se enteró del hecho, corrió como una saeta a por Ludwig. Allí, delante de mis infantiles narices, se pegaron a puño cerrado, entre lindezas como "Me tienes hasta los cojones" y "Te voy a matar". La pelea terminó con Ludwig medio palmo levantado sobre el suelo por los cuellos de la camisa, sostenido por Basilisco, que le decía iracundo "Tu te vas a acordar de mí". No recuerdo qué más pasó después. Sí recuerdo que Ludwig se mató unos años después, contando quizás dieciséis, en un accidente de moto.
Son muchas las historias que puedo contar de Basilisco. Un día se montó un gran revuelo en torno a la Piojo Verde, un revuelo que afectó a toda la escuela y que tuvo consecuencias. Basilisco fue clase por clase acojonándonos, indignado ante el desprecio que hacíamos de la chica: "En esta puta escuela somos todos iguales", recuerdo que vociferaba. Otra vez, otro de los grandes piezas de mis tiempos, cuyo nombre es una prenda de vestir, había puesto un petardo en los baños, que había explotado cuando todo el mundo estaba en clase. No fue un petardo cualquiera, sino una auténtica bomba. Basilisco lo sacó de clase para darle una reprimenda, pero la medida no fue efectiva, porque se oía todo de los escalofriantes gritos: "Estoy de tí hasta los huevos, ?lo has entendido? Hasta los huevos" recuerdo que decía.
Hace poco, siendo yo ya rey de Prusia, hablé por primera vez cara a cara con Basilisco. Es un señor no demasiado alto, de metro setenta, con poco pelo, pero sin canas, rondando los sesenta. Tiene gafas que le dan un aire de intelectual, y debo confesar que transmite paz a su alrededor, al menos cuando no está cabreado. Hacía del terror una herramienta útil para mantener la paz, y aunque no es el tipo de herramienta que yo utilizo para gobernar mi reino, creo que es eficiente siempre que no se te vaya de las manos, como a Robespierre. Eso lo sabíamos muy bien los pequeños cabrones: sin respeto no hay jerarquía. El niño busca siempre romperle los esquemas al adulto mediante el caos, y si el adulto no se hace respetar, el niño, y con él la sinrazón, ganan la partida.

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